"Monje - ayuda de escritorio" otra vez...
Consigna: Ver de nuevo el video "Monje - ayuda de escritorio": escribir un cuento breve o microcuento en el que aparezca un monje, un libro, que se utilice la 2° persona desde el Narrador, y se use la temporalidad y el sistema verbal en Futuro, en Imperativo o en Subjuntivo. Por ejemplo: "Despertarás con el libro en la mano. Junto al monje dormido, todavía seguirá allí el dinosaurio". (reescritura del microcuento de Augusto Monterroso "El dinosaurio").
Microcuento a partir del video "Monje - ayuda de escritorio"
Y
aunque aún no lo sabrás, esa será la última vez que se verán. El libro flotará
de una mano a la otra. “Ahí está todo” el monje te dirá, pero nunca entenderás
cómo abrirlo.
Tres versiones
Consigna:
*A partir del o de los microcuentos que escribieron, elegir uno y realizar 3
versiones del mismo, cambiando de género, p.ej. si es de suspenso, escribir una
versión cómica, otra romántica y otra fantástica. Tengan en cuenta todo tipo de
género: policial, ciencia ficción, terror, de iniciación, naturalista,
minimalista, extraño, de hadas, leyenda, infantil, gauchesco, mito, suspenso,
romántico, fantástico, cómico, etc.
Versión
cuento de niños:
Egoislandia
Había
una vez, hace mucho, mucho tiempo un reino llamado Egoislandia y sí, como
seguro ya se habrán dado cuenta, todos pero todos sus habitantes eran un
poquito egoístas. Un poquito por no decir mucho, pero bueno, no era su culpa,
todos allí eran así y nadie conocía otra cosa. Pero un día, un lluvioso día de
enero golpeo la puerta del reino alguien diferente, un anciano de pelo blanco
con una larga túnica marrón que le tapaba hasta el ultimo dedo del pie. Juan,
Juan el Monje, así se había presentado. Al principio todos lo miraban con
desdén, a nadie en Egoislandia le gustaba los forasteros y menos cuando
llamaban tanto la atención como lo hacía el monje, con su túnica pasada de moda
y sus sandalias gastadas. Juan había nacido en un reino muy muy lejano llamado
Solidarilandia, y sí como seguro ya se habrán dado cuenta, en este reino todos
eran solidarios, y Juan no era la excepción. Así fue como, poco a poco, con su
gran corazón y una sonrisa de oreja a oreja fue haciéndose querer.
Un
día, un lluvioso día de diciembre el monje junto a todo todo el reino en la
plaza central. La reunión duró solo unos minutos, pero esos minutos cambiaron
la vida de los habitantes de Egoislandia para siempre.
-Aquí
está todo- dijo Juan mientras le entregaba un antiguo libro rojo a Santi, uno
de los niños que lo rodeaban.
Y
sin decir más el monje dio media vuelta y emprendió su camino. Nadie lo sabía
pero esa sería la última vez que lo verían.
La
partida de Juan fue uno de los momentos más difíciles que tuvo que atravesar el
pueblo, todos le habían tomado mucho cariño y que desapareciera así sin más los
dejó completamente desolados. Tan desolados estaban que olvidaron completamente
el libro que el monje les había dejado antes de partir para siempre, hasta que
un día, un lluvioso día de diciembre, Santi lo recordó.
-El
libro, el libro rojo- dijo mientras revolvía su cajón de juguetes en busca del
preciado objeto.
Cuando
al fin logro encontrarlo salió corriendo y reunió nuevamente a todo el pueblo
en la gran plaza central.
-Aquí,
aquí está todo, él nos lo dijo, solo necesitamos abrirlo- les dijo Santi.
-¿Qué
esperamos? Abrámoslo- contestó un anciano que se encontraba entre el público.
-Ese
es el problema, no sé cómo, lo intenté pero parece estar cerrado con algún
hechizo de magia porque no abre, realmente no abre.
-No
puede ser- contestó una niña- debe ser que no tenés suficiente fuerza, dámelo,
yo lo abro.
Santi
le entregó el libro a la pequeña quien trato con todas sus fuerzas de abrirlo,
pero fue un vano, efectivamente el libro no podía abrirse. Así fueron
pasándoselos unos a otros, pero nadie lo conseguía. Pasaron las semanas y el
reino no se rendía, ideaban planes, ideas, incluso artefactos muy elaborados,
todos colaboraban para poder conseguirlo.
La
realidad es que jamás lograron abrirlo. Nadie sabe que decía el libro pero ya
no importaba porque durante todo ese tiempo los habitantes de Egoislandia se
unieron por un bien común, aprendieron lo que es compartir y trabajar en equipo
y nunca, pero nunca más volvieron a ser egoístas.
Versión leyenda:
La
urraca
Cuenta
la leyenda que, hace mucho tiempo, en una aldea de medio oriente existía una
mujer, una hermosa mujer de cabello negro, tan pero tan negro como la noche más
oscura. En esa misma aldea existía también un monje de cabello blanco, tan pero
tan blanco como la nieve que corona la montaña más alta. Ambos habían vivido la
mayor parte de su vida solos hasta que un día se encontraron y a partir de ese
momento todo cambió, se volvieron inseparables. O eso creían.
Una
noche, una fría noche sin luna algo despertó a toda la aldea, eran gritos,
gritos de la mujer y el anciano, por primera vez desde que se conocían estaban
peleando. Nadie en la aldea supo por qué se origino la pelea pero lo cierto es
que luego de esa noche nadie volvió a ver al monje.
-Ahí
está todo- dijo el anciano al tiempo que estampaba un libro contra el piso y
atravesaba la puerta de la casa para nunca más regresar.
La
mujer tomó el libro entre sus manos con la intención de abrirlo pero cuando
trato de hacerlo noto que éste se hallaba cerrado con un pequeño candado. Desde
ese día la joven busco incansablemente la llave que lograra abrirlo, tanta era
su desesperación que comenzó a robar las llaves de toda la aldea. Cansados los
pobladores de esta actitud decidieron exiliarla del pueblo. Ya lejos, muy lejos
de su hogar la joven llego a un prado donde no pudo resistir mas y estallo en
llanto. A medida que las lágrimas caían por sus mejillas éstas iban tornándose
negras, tan negras como su pelo. Aunque quisiera no lograba detenerse, las
lágrimas continuaban empapando su cuerpo y convirtiendo su piel en brillantes
plumas negras. Así fue como la mujer se convirtió en un hermoso pájaro negro,
un hermoso pájaro que hurtaba todo objeto brillante que se cruzara en su camino
con la esperanza de algún día encontrar la llave.
Versión
ciencia ficción:
La
luz
La
luz, esos rayos de luz están a punto de dejarme ciega. Tengo los ojos cerrados
pero mis parpados no son un digno enemigo para el sol. Cinco minutos, solo
cinco minutos más y me levanto, lo juro. Giro mi cuerpo entre las sábanas en un
intento de huir de esos rayos. Abro levemente los ojos, 3:47, eso marca mi
reloj pero es imposible, sé que es imposible, no hay sol a las 3:47. Debe
haberse desconfigurado me digo, mañana lo arreglo, ahora no importa. Trato de
convencerme de eso pero es en vano, no hay forma de que logre persuadir a mi
mente de que no importa. Son las 3:47 y el sol está más brillante que nunca,
importa, obvio que importa. Giro nuevamente entre las sábanas y abro los ojos.
Sin la protección de mis parpados ahora los rayos calcinan mi retina. No es el
sol, es imposible que lo sea, es demasiado brillante, demasiado blanco,
demasiado artificial. Debe ser algún reflector me digo, no importa. Son las
3:47 y una luz brillante desconocida se cuela por mi ventana, importa, obvio
que importa. Abro los ojos como puedo, me incorporo lentamente y salgo de mi
cuarto, bajo las escaleras, atravieso el living, me detengo frente a la puerta
que da al jardín, del otro lado se encuentra ella; esa luz brillante y desconocida.
No vayas hacia la luz, todas las películas lo dicen ¿debería ir de todas
formas?, tengo el picaporte en mis manos ya no es momento de echarme atrás.
Abro lentamente la puerta y dejo entrar los rayos, no veo nada, mi vista se
tiñe de blanco. Cierro los ojos, siento que si los mantengo abiertos un segundo
más me quedare ciega para siempre. Los abro nuevamente y algo llama mi
atención. Una silueta, una silueta negra entre todo ese blanco, La silueta
comienza a acercarse hacia mí, tengo miedo, mis ojos se queman pero no puedo
cerrarlos, no puedo correr, no puedo mover un solo musculo, apenas puedo
respirar, así que me quedo allí, inmóvil, a la espera de lo que sea que se
acerque a mí. El tiempo de lo inevitable es el más largo de todos, cada segundo
pesa como si fueran horas hasta que al fin la silueta deja de ser una sombra y
logro distinguir su forma. Es un sueño me digo, no importa. Son las 3:47 y una
figura azul de dos metros con túnica marrón se encuentra en mi jardín, importa,
obvio que importa.
-Ahí
está todo- me dice al tiempo que me extiende un viejo libro rojo.
Tengo
tantas preguntas, tanto que me gustaría decirle, pero no logro pronunciar
palabra. Al monje azul parece no importarle, da media vuelta y regresa por
donde vino. Veo a la silueta alejarse hasta desaparecer entre los rayos, unos
segundos después ellos también desaparecen, ya no queda nada, solo el libro. El
libro y yo.
Traté de abrirlo, durante años lo intente, pero mis intentos fueron en vano, jamás logre mi objetivo.
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